PRÓLOGO
Lisboa, 5 de Diciembre de 1577

Pero algunos años atrás, precisamente antes de que las agonías se
acercasen tanto a la vida plácida que poseía, seguía yo paseando por esa ciudad
laberíntica acompañado por la figura paternal de Luis de Ataíde quien me
protegía como un frondoso olmo.
Más tarde, cuando el bozo ya empezaba a despuntar por debajo de mi
nariz, completamente solo e involucrado con mis pensamientos y sueños secretos,
comencé a deambular por las tabernas de la zona baja, perdiéndome por entre los
marineros y hombres de mar que gustosamente me narraban cuentos fantásticos
que, a su vez, parecían regalarme alas.
Entonces, yo, con mi imaginación, me lanzaba
del punto más alto de la Alcazaba Real, en las cumbres de Lisboa, y me perdía
en el horizonte, buscando esas playas de arenas rosadas, esas montañas
tan altas como la antigua Torre de Babel y esos palacios que estarían
repletos de riquezas tan refulgentes que solamente con mirarlas cualquier
humano quedaría ciego.
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