Una hoja seca de un árbol cualquiera
entró por mi ventana.
¡Qué acontecimiento tan misterioso!
Y a mí me pareció imperioso
escribir y hablar de ella.
Veo la hoja desde varios ángulos y esquinas,
intentando ahora descifrar este acto,
las posibles razones que la hoja tendría
y aquello que realmente desearía
para entrar en este cuarto.
Es difícil desvelar porque la hoja es muda
y tiene una tonalidad amarronada.
Y yo diría que, por el color que tiene,
un poco más amarillenta, bien mirada,
quizás traiga consigo corazones y espadas.
Entonces la hoja reposa en la mesa con aquella certeza
de que me va a embriagar de misterios,
como si yo ya no viviera dentro de estas poesías
que me lanzan al patio de las tristezas y las alegrías
para escribir estos versos etéreos.
Al final de todo esto, esta hoja no me confesó nada.
Acabó por guardar silencio hasta la llegada del alba
cuando una brisa irrumpe por la ventana
y, al compás de ella, en el aire límpido de la mañana,
esta hoja seca decide volar con ella...
RS
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